Día 16



Desde que me dijiste que debía irme hasta hoy han pasado 16 días. Un millón seiscientas mil veces ha latido mi corazón en esta procesión aterrorizada, con el llanto encadenado a la garganta, simulando una sonrisa serena, esperanzada, mientras miro consumirse la vida que amaba, temiendo, interrogando al recuerdo de tus ojos azules de cielo despejado, de acuarela de tatuaje, del mar y de la playa.

Eras la mujer que me hacía sentir hermoso –hermoso eres, me decías siempre-. Quizás eso que parece trivial a muchos, fue lo más intenso de nuestra relación, era tan importante para mi que la mujer que amo me hiciera sentir hermoso, y deseado, deseable, conmovedor, vivo.

He suplicado tanto por un milagro, por un año más de vida juntos, he ofrecido todos los años que quedan por vivir contigo nuevamente.

Y ahí estas simplemente, lejos de mí. Ahí estas mi mujer, mi amada, mi compañera, mi calor de noche, mi despertar a boquita de pato, mi olor a sativa, mi abrazo, mi cansancio, mi alegría, mi dolor, mi desvelo, mi enojo, mi asombro, mi jazmín de luna, mi cómplice, mi amor, mi todo.
Allí estas, un universo que se ha transformado en lágrimas y cenizas.

Todavía sigo las rutinas de nuestra vida, diariamente me despierto a las 6 de la mañana para no entorpecer tu despertar a las 6 con 10, y me pregunto sentado en la cama por unos segundos qué te podría hacer para desayunar. Todavía espero a las 5 de la tarde, mirando el reloj, con mi cuerpo recluido en la entropía preparando todos los músculos para ir a buscar a mi familia; trato de confundir esa memoria muscular, hago cosas, camino, leo, escucho esos audios que se han convertido en mi única compañía.

Sin poder evitarlo a cada rato voy a comentarte algo, o más bien pienso “esto se lo tengo que contar a Pilar”.

No puedo pensar en ti como si no estuvieras. Porque estas en el gusto de lo que saboreo, en el olor de lo que me rodea, en este tacto de mi piel cuando me hacías el amor, en la música que escuchábamos por la mañana, en el chat de wasap, en las horas de mi día que apuntaban a ti.

Y estarás en tantas cosas que haré en el futuro y habíamos proyectado juntos.

Sin embargo todo esto, solo una cosa me arranca de la desesperación: saber que por suerte vivimos juntos. Que tuvimos la dicha de encontrarnos. Que nuestros antiguos dolores se convirtieron en un triunfo de amor. Que pudimos compartir todo lo que un hombre y una mujer pueden compartir. Que no envejecimos juntos, pero que gastamos con fuerza el esplendor de nuestro breve tiempo.

Vivo extrañándote, llego en la mañana del turno, ese maldito turno que nos iba separando cada par de noches, y ordeno la habitación, mantengo mi ropa ordenada, me he vuelto obsesionado del orden para llenar tantos momentos del día como me fuera posible, pero ordenar esto demora 5 minutos, es como el planeta del principito pero sin atardeceres y sin rosa que cuidar. Trato de respetar todas las comidas del día de manera rigurosa como si aún estuviera cumpliendo tu mandato que fue el vestigio de tus últimas preocupaciones por mí cuidado. Salgo a caminar a diario escuchando estos benditos audios, trato de cansarme mucho, de desviar todo ese fuego que se consume en mi garganta para que no duela tanto, para que se consuma en mis pasos, para ver si las olas lo apagan, pero el cielo de la tarde siempre estará hecho de tus ojos azules y el mar siempre tendrá el color de tu mirada, y siempre que lo mire te estaré mirando, como cuando nos decíamos que estábamos enamorados y tu mirada se coloreaba desde un azul plomizo a un celeste cielo y me invitabas a volar y una electricidad recorría nuestras espaldas.

Prometí no escribirte más, prometí no hacerlo hasta aprobar ese examen que tanta distancia puso entre nosotros, me obligaba a calmar las ansias y pensaba que solo te escribiría para darte las buenas noticias y nada más. Me convencía que estaba bien separarnos, que tu felicidad no era conmigo. Sin embargo, soy débil, y te extraño tanto. No niego que estoy tranquilo, mis manos no me pican, encuentro a diario un nuevo motivo que me lleva a la calma, busco frases, encuentro poemas, leo artículos que me educan a sobre llevar esta distancia, todo me ayuda y nada me sirve porque aun te amo, te amo como si me estuvieras esperando después del trabajo. 

Te amo cada mañana cuando despierto y tomo el celular para convertir mi llamada en tu alarma para despertarte, y siento al instante el dolor de no poder hacerlo, el dolor desolado de no escuchar de tus labios madrugadores con ese primer te amo de la mañana, primer alimento para mi alma en ayunas, y ahí, en ese primer saludo que ya no existe el resto del día se transforma en una estrategia para dejar de extrañarte, y más te extraño.

Me permití escribirte porque este amor que tengo dentro se atoraba entre palabras, y tratando de estudiar, esta dislexia mía cambiaba las palabras, y cada rima consonante o asonante rimaba con tu nombre: Pilar, estabas en lo legal, y en el plazo fatal, código procesal, y en procesal penal, y todo lo que rima con tu nombre. Y de pronto ya no solo estabas en el mar.

Siento interrumpirte, como te lo dije con un breve y torpe mensaje hace un par de días: no es necesario que respondas. Ni que me odies por escribirte, ni que expreses ese odio diciéndome que no lo vuelva a hacer, de a poco iré curándome de ti, pero esto me lo prescribo como bálsamo que cura las heridas.

Entradas populares de este blog

Compañera

Hacer el amor

Marejada - 22 de octubre de 2018