País Solidario.
Dímelo en la cara...
El fin del 2013 vino con una ola decesos, mucha gente
fenecida llenó de lápidas “mememorfoseadas” en los cibercuchitriles, nuestras
olvidadizas conciencias se vieron una vez más expuestas hasta el tuétano a
culpas de escaparate y lágrimas de cartón (de esas que vienen en pegatinas
brillantes que te las acomodas bajo los ojos para que parezcan un llanto
verdadero pero a la moda)…
Qué sería de la vida de aquellos pobres seres humanos
quienes como sacaditos del final de Bambie tuvieron que despedir a aquel mega
filántropo gringo de ojitos celestes celestiales y cabellos de 24 kilates,
quién fuera reconocido 100 veces no por su belleza estándar indiscutida sino
por sus actos de CARIDAD y es que claro,
ser un héroe anónimo esta out lo que se usa ahora es donar algún pequeño
porcentaje residual de las millonarias utilidades habidas de alguna película
que establezca en el inconsciente colectivo normas de estética “new revolution”
que dignifiquen la imagen del flayte rescilente que enfrenta día a día a la
autoridad uniformada, que puede vivir de manera heroica rompiendo la ley y
manejando autos lujosos robados arriesgando la vida de cuanto transeúnte cruza
por las calles de algún país tercermundista al que le sobran los peatones
–porque nadie piensa en los peatones- …si pues, a este actorazo o a su 6 veces
interpretado personaje le debemos la contaminación acústica y los autos
enchulados manejado por cuanto raperito con primer sueldo compra para hacerse
el “muy muy” con las pelolais de la fauna iquiqueña… (sin mencionar la estigmatizada y pisoteada imagen que guía a las abuelitas a asociar con la anarquía)
Todo esto tiene relación con nuestra costumbre de llorar
estrellas de primer mundo, muchos éramos unos niños cuando nuestras sacrosantas
madres lloraban a Leidi Di; similar pero Menos peor es la situación cuando
lloramos ídolos locales, como aquel inmaculado halcón chicureano llorado por un país
entero, este merece un comentario aparte, es que nadie pone entredicho la
salfatesca relación entre el deceso de este metro sexual y la estrepitosa caída
del ánimo país justo en pleno auge de la mayor adhesión al movimiento
estudiantil. Es sabido que en nuestro país somos solidarios, porque como tantas
otras etiquetas nos creemos el cliché de la solidaridad y con una exacerbada
lealtad defendemos al icono que siga nuestra tendencia como si fuera un mesías que pregona nuestro mensaje nacional o que en realidad nos viene a recordar que somos un país solidarios y que de tener los millones que él tiene seriamos igual o más capos
que ellos… así como Don Francis y sus
Donantes (prestidigitadores de la evasión tributaria todos ellos) que nos cumplen la meta en cada teletón ¿qué sería de nuestro país sin
los dueños de las grandes empresas que donan un par de miles de millones de
pesos? Claro, para ellos equivalen a un peso y nos muestran que desde lo alto
del olimpo también hay corazones que laten. Es como si ese gesto nos dijera que
algún día, en alguna vida, podremos ser como ellos manteniendo nuestros
“principios” pero con plata… porque esa es la medida de la vida, la meta que
nos han señalado nuestros padres, y por las que estudiamos una carrera, tener
plata para vivir, y si nos queda algo de tiempo después de cumplir con el resto
de las pretensiones sociales que demuestren que de verdad tenemos plata; como
tener una tele de 42”, una santa fe o una korando mínimo, y una foto por fin de
semana pagando una cuenta de 4 o 5 ceros en algún bar cuico, después de
cumplidas estas metas exoimpuestas podemos ser felices, si es que para entonces
reconocemos la felicidad real, la del ser y no la del tener.
Pero bueno, ser solidarios nace de la empatía, esa
cosquillita dolorosa que sentimos o pretendemos sentir cuando el otro sufre y nos empuja resignadamente a ayudar, o decir
que ayudamos, más que por alimentar nuestra alma es porque cuando estemos en
tal situación quisiéramos que nos prestaran ropa y de pasadita ganarnos
puntitos con el viejo pascuero. Nos fanatizamos cuando una estrella hace algo
por nosotros, nos extrañamos gratamente de eso porque nos reconocemos inferiores
y ver que uno de esos semidioses baja de las nubes nos hace sentir reconocidos,
nos da aliento, nos decimos que merecemos la venia de ellos, su ayuda viene
porque somos o podemos ser importantes, y vamos construyéndonos como sociedad
creadora de dioses-iconos, y no somos tronco que resiste la iconoclastia, el entender
que aquel que lanza las migajas es un ser humano que está lleno de errores, que
así como puede donar cantidades exorbitantes de dinero también se manda cagazos
exorbitantes, en el caso del actor mencionado este que genera un nocivo modelo de “ser
social”, generaciones de jóvenes perdidas por creerse el cuento del rápido y
furioso, cientos de accidentes, atropellos cometidos por la imprudencia de los
que jugaron al auto tuneado, que creyeron poder conducir un motor v16 de 2.5cc a 180
kmph y se pitearon a tu abuelita, o a tu vecina, o al perrito que te ahuyentaba
a los malulos, a pesar que podríamos entender esta relación causal no queremos
buscar las causas de los males sociales, o más bien, nos han castrado de la capacidad
de criticar y reflexionar acerca de los males sociales evidentes y sus causas, porque
estamos demasiado preocupados de venerar al ser que aspiramos ser, y de llorar
al ser quien nunca seremos. Y vivimos nuestra vida buscando “ser alguien en la
vida”, sin preguntarnos que quizás “en una de esas” si lloráramos al compita de
todos los días, al mapuche baleado, al obrero accidentado, al héroe proletario
que se rompe el lomo cada día y convierte su vida en una solidaridad de todos
los días podemos reconocer a través de ellos, desde el amor al prójimo, nuestro
propio ser, y a través de eso dejaríamos de buscar mirando arriba lo que
podemos reconocer a nuestro lado.
En palabras de Mario Benedetti “en la calle codo a codo
somos mucho más que dos”.
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